Álbum: 22 kilates
Música: Joan Sebastian
Año: 1999
Sé que no merezco tu perdón, que lastimé tu corazón. Hoy me avergüenzo, fui el motivo de tu llanto, queriéndote tanto, pues: te amo, te amo. Soy un idiota, te perdí, pero te amo.
Con ese párrafo tenemos para darle mil vueltas en la oración: soy un idiota, te perdí, pero te amo. Y pensamos en el hijo pródigo… y en san Pedro después de haber negado a su amigo, maestro y Mesías… y en el joven rico.
Y la verdad, puestos a pensar, en nuestra vida también. ¿Cuántas veces le hemos dicho esto a Jesús? ¡Qué mensos fuimos! Claro que no merecemos su perdón. Lastimamos el corazón amoroso del que está clavado en un madero. Y de todos modos, de ese corazón y en esos momentos críticos, salen unas palabras increíbles: “Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen”. Desde lo alto de la cruz manifiesta su ilusión por perdonarnos.
Quizá si Jesús no nos perdonara no sería tan dura esta realidad. Si Jesús nos condenara y no hubiera manera de apelar y recuperar lo perdido… quizá así no nos dolería tanto. Pero ver que nos perdona hasta setenta veces siete… hay una daga envenenada aquí en mi pecho, nos parte el alma. Y tenemos ganas de aprovechar esa misericordia divina, que de no aprovechar se convierte en odio diabólico.
Se que no merezco tu perdón. Díselo mil veces, cada vez con más sinceridad y con intención más firme de no volver a ofenderlo. El sabe que caeremos, pero está dispuesto a levantarnos siempre que lo pidamos con humildad: no lo logré, perdóname.
No, no puedo exigir que me perdones. Mis errores son graves y es muy duro. Caminé por la senda equivocada.
Es bueno sentirnos así, pues la humildad es la verdad… y esa es nuestra realidad: caminamos por la senda equivocada. Y te hice llorar, soy un cobarde. ¡Qué cobardes! Como san Pedro al negar a su amigo. Como tú y yo en nuestro ambiente.
También nos puede pasar como a María Magdalena. Tantos años de vivir en pecado causa estragos. Pero como ella, también escucharemos a Jesús: “yo tampoco te condeno; vete y a partir de ahora no peques más”. Ojalá luego tengamos la misma decisión de María Magdalena, que se volvió loca con el amor de Dios.
Por lo pronto, quizá podríamos poner más atención al inicio de cada Misa: por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa. Soy un idiota, te perdí, pero te amo.
Comments