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CUANDO NOS VOLVAMOS A ENCONTRAR

  • Foto del escritor: Santiago Maza
    Santiago Maza
  • 1 jun
  • 3 Min. de lectura

Álbum: Más corazón profundo

Música: Carlos Vives

Año: 2014



El cielo nos lo han explicado de mil maneras, unas más afortunadas que otras: un lugar de paz y amor, estar felices para siempre, estar contemplando a Dios eternamente, un lugar lleno de luz y ángeles, una cancha de futbol en las nubes, etc. Las mejores explicaciones son las que da Jesús mismo y entre sus ejemplos uno de los más atractivos es el de las bodas. ¡El cielo va a ser un fiestononon! Imagina estar ahí con todos tus amigos y familiares, pero también con los suyos… del pasado también. Generaciones de personas presentando a sus amigos y familiares entre ellos… pero no te preocupes, que tenemos una eternidad. Una fiesta de miles de personas con un solo corazón. Es la fiesta más padre, pues es la boda de Cristo con su Iglesia, nosotros. Piensa en todas esas personas a las que has dicho: ¡cuando nos volvamos a encontrar! Piensa en tus papás, hermanos y amigos que se han muerto ya… ¡cuando nos volvamos a encontrar! Ya no habrá tiempo para tristes despedidas. Ahora sí, a estar juntos para siempre.


Pienso que así ha sido el Cielo desde el principio. Dimas (el buen ladrón) la hizo de anfitrión junto con Jesús para ir recibiendo a todo mundo… empezando por las multitudes del antiguo testamento. Poco después llegaron los primeros mártires: Esteban, Santiago, Andrés, Pedro, Bartolomé… ¿te imaginas su abrazo con Jesús en el cielo? Todos celebrando: ¡valió la pena!


Se cumple lo que Jesús les había prometido —más o menos— en la Ascención: cuando nos volvamos a encontrar, ya no habrá tiempo para tristes despedidas. Y Jesús los esperaba con los brazos abiertos: ¡bienvenidos al cielo! Hoy pagué las cuentas, arreglé un poco el jardín. Decoré con flores como te gustaba a ti… Ahora sí, a disfrutar lo que mi Padre y yo les teníamos preparado.


Luego llegaron los discípulos de los discípulos, gente que ya no conoció a Jesús en la Tierra, pero que confió en los apóstoles y apostó su vida con una fe enorme. Y en el cielo los apóstoles están de anfitriones, recibiendo a la gente y llevándolos a conocer a Jesús. Hablando maravillas de todos como para tratar de convencerlo…


Pero Jesús no necesita que lo convenzan, nos conoce mejor que nosotros mismos y muere de ganas de que entremos con Él a la vida eterna. Y traerá tu amor la primavera… Y una vida nueva que aprender. Nada volverá a ser como ayer. Cuando nos volvamos a encontrar, no dejaré de contemplar la madrugada. No habrá más llanto regado sobre tu almohada. No habrá mañana que no te quiera abrazar… cuando nos volvamos a encontrar. ¿Imaginas el cielo? ¿Estar con Él, primavera, sin llanto ni preocupaciones, abrazos? Ya no habrá tiempo para tristes despedidas. No habrá un instante que no adore de tu vida. No habrá una tarde que no te pase a buscar… cuando nos volvamos a encontrar. ¡Y el cielo es mejor que cualquier cosa que podamos imaginar!


Al llegar al cielo, nosotros tendremos que confesar: solo fui un malcriado que rompió tu corazón. Y se nos hará un nudo de culpa en la garganta que se deshará en cuanto sintamos el abrazo cariñoso de Cristo que se lanza por nosotros como el padre de la parábola. Y esta vida ya no es como la de antes… una vida nueva que aprender. Nada volverá a ser como ayer, cuando nos volvamos a encontrar.


Dicho todo lo anterior sobre el cielo, todavía hay otro escenario en el que estas consideraciones aplican. Mejor dicho, es el mismo escenario aunque de otro modo: la sagrada comunión. Ojalá nos creamos que ahí está Jesús… que nos espera y que nos grita —grítale tu también— ¡cuando nos volvamos a encontrar!


¿Cómo preparamos cada encuentro con Jesús en la Eucaristía? ¿Nos emociona desde antes? ¿Saboreamos esa unión tan intima con Dios? ¿Somos conscientes del brillo que sale desde nuestro interior en esos minutos? La sagrada comunión es un anticipo y una probadita de cielo… es el tesoro más valioso que existe en la tierra. ¿Nos lo creemos de verdad?



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